viernes. 26.04.2024

Sofistas hegemónicas

En cuando más poder uno tiene, más uno está convencido de que su opinión es objetiva, y, claro está, la correcta. Esta opinión que se impone, esta voz hegemónica nada tiene que ver con la democracia. Tiene que ver con el poder. Tampoco tiene que ver con la legitimidad o importancia de lo que se comunica. Solo tiene que ver con los recursos y la influencia de uno que permite que su opinión pase como legítima en la sociedad. Cualquier opinión que difiere de esta perspectiva hegemónica es considerada subjetiva o incluso subversiva.

 

Combinemos este hecho con otro igualmente cierto. En cuando más tiempo la gente pasa delante de la televisión, más “cultivan” el credo de que lo que escuchan y ven corresponde a la realidad. Y como la televisión y muchos otros medios de comunicación son manejados por el poder, por el dinero, esta preponderancia de la opinión supuestamente legítima encuentra en estos medios de comunicación “afines” un campo de cultivo más que fértil, fortaleciendo su credo.

 

Pero no se acaba aquí el tema. Platón los llamaba sofistas. Aquellos que argumentaban con gran elocuencia, no para encontrar la verdad, sino por el mero hecho de tener razón, de vencer a su adversario, aunque a sabiendas de que aquel adversario tenía razón.

 

Y aquí nos encontramos. En manos de líderes sofistas, que copan con sus mensajes supuestamente legítimos los medios de comunicación a su alcance por el poder que les otorga el gobierno, para conseguir que el pueblo en general, esa masa amorfa, que se colectiviza, que adquiere comportamientos colectivos que no desarrollaría a nivel individual, les sigua en su marcha sin sentido hacía el precipicio.

 

Nos ofuscan la mente con comunicación visual, estadísticas continuamente cambiantes y confusas que mezclan conceptos tan perversos como muertes, positivos, enfermos, y un sinfín de símiles, para dejarnos estupefactos ante la supuesta gravedad de una situación sanitaria, la cual se verá superada con creces por los daños colaterales en poco tiempo.

 

No hay sanidad sin actividad económica, y tampoco hay economía sin sanidad. Son dos conceptos intrínsecamente unidos que nuestros líderes intentan separar. Las consecuencias a día de hoy han sido nefastas y lo serán mucho más en los próximos meses y diría que a los gobernantes se les escapa todavía comprender el alcance de los daños no del virus sino de sus decisiones.

 

La manera agresiva de intentar influenciarnos, de convertirnos un esa gran masa homogénea y amorfa de borregos, se puede, se debe, definir como “fake news”, como propaganda. Se nos está manipulando de manera consciente para cambiar nuestros hábitos y opiniones.

 

El populismo de izquierda y de extrema izquierda que está al mando en estos momentos está socavando nuestros derechos más básicos, no solo el de la libre expresión, sino y esto es mucho más grave, del libre pensamiento.

 

Y mientras que hay cientos de miles de personas que llevan meses esperando las promesas de cobrar a través de los ERTE’s, cientos de miles de personas que no pueden alimentar a sus hijos, o atender el pago de sus alquileres gracias a la falta de eficacia y eficiencia de las instituciones públicas, empresarios se ven abocado a la ruina por restricciones gubernamentales impuestas que carecen de base científica. Se escucha a los mismos gobernantes decir que están haciendo un enorme esfuerzo para paliar el desastre económico, cuando realmente quienes hacemos dicho esfuerzo somos los empleados y empresarios.

 

En lugar de instigar al pensamiento crítico, a elaborar una política educativa exigente que nos pudiera llegar a convertir en una sociedad de ciudadanos libres, de espíritu emprendedor y crítico, creando una cultura de dignifica el riesgo por cambiar lo establecido, para emprender, para mejorar el bien común, se nos está llevando al matadero societario. ¿Donde nos inculcan valores como la valentía, la solidaridad, la honestidad, la transparencia, el pensamiento libre?

 

Mientras que el poder está en manos de oclocratas que financian con nuestro dinero sus sueños dogmáticos y alejados de nuestra realidad, culpando de sus continuos fracasos a los demás, mientras que estos mismos políticos impongan su criterio de mediocridad a una sociedad que solo puede progresar con esfuerzo, con perseverancia, con excelencia, con exigencia, con la superación no ajena sino propia, estamos condenados al fracaso; como país, como sociedad, como generación.

 

Tengamos el coraje de revelarnos. Tengamos el coraje de decir “No” a opiniones hegemónicas. Tengamos el coraje de cuestionar lo establecido. Tengamos coraje de divergir y opinar libremente, no porque si, sino por el bien común, por el avance conjunto de la sociedad, por lo que dejamos en herencia a nuestros hijos.

Sofistas hegemónicas