miércoles. 08.05.2024

No es picaresca aunque lo parezca

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Literalmente anonadada me he quedado buscando algo de información sobre los timos y engaños más famosos y/o habituales. He descubierto un buen número de análisis, compilaciones y artículos varios que me han facilitado un curioso recorrido por los clásicos (estampitas, trileros, tocomochos, nazarenos y falsos instaladores de gas, por citar algunos), hasta otros menos numerosos pero –al parecer- acreditados (el falso desahuciado o la herencia nigeriana, entre ellos), y aquellos con los que la tecnología nos regala a diario: phishing, malware, clonación de tarjetas, marketing multinivel y redes piramidales, fraudes en viajes y paquetes vacacionales, telefónicos...

 

Está claro, como apunta el escritor y criminólogo José Manuel Ferro Veiga en una de sus crónicas, que “las estafas tradicionales evolucionan y se adaptan con facilidad a los cambios sociales”. A mi me gustaría añadir que en ese proceso evolutivo y adaptativo también influye el momento. Y en la época del año en la que estamos, en la misma medida que muchos aseguran odiar la Navidad a otros les afloran sentimientos y la necesidad, quizá, de sentirse mejores personas. De ser solidarios... Y ahí está el motivo ideal para explotar técnicas y picarescas, cuando no delincuencia pura camuflada de indefensión.

 

Pasaba la tarde en un concurridísimo local, cuando dos jóvenes de cuidada apariencia y amable sonrisa empezaron a recorrer mesa tras mesa, plantando ante los clientes una hoja donde se indicaba que se trataba de una iniciativa ciudadana para reclamar un centro nacional para personas sordas (creo recordar). A mi lo de firmar por causas en las que creo no me supone un problema, y lo hago de forma habitual. Por eso sé que al final no hay una casilla donde pone ‘donativo’.

 

Se disparan las alarmas. Centro la atención en la hoja. Es en blanco y negro y no hay un triste logotipo oficial. Tampoco la muchacha en cuestión está identificada. Y no ha abierto la boca en ningún momento. Le devuelvo el documento y digo que no, gracias, que no voy a donar. Sin hablar y, con la sonrisa ya desaparecida, se da cuenta de que no tiene nada que hacer (aunque insiste gestualmente) y va a por otro u otra...

 

A todo esto, su compañera está teniendo mejor suerte y compruebo cómo la gente va soltando 10, 20 euros... un donativo. Por resumir diré que todos los ‘timados’ tuvieron un inesperado benefactor en la figura de un policía de paisano que, fuera de su horario laboral (que no fuera de servicio), les hizo devolver toda la recaudación conseguida en el local en cuestión. Y no sé como siguió el asunto, porque tuve que marcharme, pero me da para algunas reflexiones.

 

La primera, que los establecimientos públicos deberían proteger mejor a sus usuarios de estas actividades, como mínimo cuestionables. Dos: que afortunadamente hay quienes cumplen con su deber incluso cuando eso estropea sus citas o su legítimo tiempo de ocio. Y tres, que no perdamos la cualidad de ser solidarios con aquellas causas o personas a las que nuestra conciencia nos dicte apoyar.

 

La gran duda que me queda es si las dos ‘timadoras’ lo son por listas, porque han encontrado un filón en lo fácil que es tomar el pelo tirando de emociones, o bien son explotadas por alguna organización. Que haberlas haylas. Y eso sí es preocupante.

 

P.D. Todo lo anterior ocurrió antes de que estallara el escándalo Nadia. Difícilmente pueden calificarse de picaresca las sospechas e indicios de presunta estafa. Ni cabe la ironía. Solo el deseo de que se aclare lo antes posible por ella, y por tantas familias que sí dependen de la solidaridad de todos para luchar por la salud de sus hijos.

No es picaresca aunque lo parezca