jueves. 02.05.2024

No confundamos el támpax con las témporas

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El grupo político CUP en el Ayuntamiento de Manresa nos ha sorprendido estos últimos días con su propuesta, formulada ante el pleno municipal a través de la correspondiente moción, de sustituir las compresas y tampones que utilizan las mujeres durante el período menstruatorio por copas menstruales, esponjas marinas y compresas de tela.

 

Esta formación política catalana, que se declara de izquierdas y anticapitalista, justifica su iniciativa en el hecho de que, a su juicio, las compresas y los tampones son “insostenibles ecológicamente y su precio es excesivo” para las rentas más modestas de la población.

 

Al mismo tiempo, la moción plantea que en los talleres de información sexual se dé cuenta a los asistentes de todos estos pormenores, y se difundan métodos menos agresivos para el cuerpo de la mujer y para la sostenibilidad del medio ambiente.

 

Y con el objetivo de que este cambio de hábito no resulte complicado o difícil para la población femenina de Manresa, la CUP defiende también que los servicios de atención a la mujer cuenten con estos productos menstruales alternativos (es decir, las esponjas marinas y el resto de material) para que las usuarias puedan tenerlos a su disposición cada vez que lo deseen o lo necesiten.

 

Adaptando para la ocasión un refrán popular bien conocido por todos, yo diría que esta propuesta de la CUP confunde el támpax con las témporas.

 

Porque, aun estando de acuerdo con el objetivo colectivo de propiciar cualquier tipo de actuación que contribuya a preservar y defender el entorno ambiental, la realidad es que las iniciativas promovidas desde las instituciones públicas no han de sobrepasar determinadas líneas rojas.

 

Y, en concreto, me estoy refiriendo a la línea roja de la privacidad, la intimidad y la libre y particular elección en aquellos temas, hábitos o comportamientos que entran de lleno en la esfera más personal, como ocurre, sin lugar a dudas, en este caso. Esos márgenes no pueden ser vulnerados en ninguna sociedad que se precie de ser libre y democrática, como afortunadamente es la nuestra.

 

Porque, y he sostenido siempre esta posición tanto a nivel individual como político, la administración no debe erigirse en el ‘hermano mayor’ de los ciudadanos, entrometiéndose en aspectos que conciernen a cada persona.

 

En este sentido, la CUP, con su propuesta, o más bien su ocurrencia, ha pecado no solo de paternalismo, sino también de despotismo, entendido como el derecho a gobernar desde el intrusismo y la falta de consideración a la libertad personal.

 

Por supuesto que la necesidad de preservar el medio ambiente y fomentar el necesario equilibrio entre los hábitos de la población y la sostenibilidad del territorio y del gran patrimonio de los recursos colectivos exige fomentar actuaciones que vayan en esa línea.

 

Como consellera de Medi Ambient en el Consell de Mallorca durante la anterior legislatura fui la primera en dar impulso a todas las campañas orientadas a favor del reciclaje, la reutilización de los residuos o la mejor optimización de los desechos.

 

Y eso pasa por potenciar la recogida selectiva, por ejemplo, o por organizar cursos de concienciación medioambiental en los que puedan participar los vecinos de cada uno de los municipios y núcleos urbanos y rurales, especialmente las generaciones más jóvenes, que son las que, en definitiva, tienen en su mano la posibilidad de continuar otorgando vigencia a las políticas de sostenibilidad.

 

Sin embargo, ninguna de estas iniciativas agrede la vida privada o íntima de los ciudadanos. Más bien, enmarca las reglas de juego para una sociedad que se toma en serio la necesidad de invertir en un futuro más halagüeño y esperanzador. He ahí la gran diferencia entre este tipo de actuaciones, que han de seguir promoviéndose sin desmayo, y las ideas estrafalarias y fuera de tono que propone la CUP.

 

No confundamos el támpax con las témporas. Que es tanto como decir que en un tema tan sensible como el medio ambiente no debemos caer en la frivolidad ni tampoco en la excentricidad.

No confundamos el támpax con las témporas