sábado. 27.04.2024

Bimbo, la industria y nosotros

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Empecé a trabajar a los 14 años en una fábrica de zapatos en Inca, aunque mi primera nómina no la tuve hasta los 16.

 

Era el año de la caída del Muro de Berlín, y todavía seguían cayendo en mi ciudad fábricas y talleres emblemáticos que lo venían haciendo desde la crisis del 73, manifestada aquí más tarde, entrados ya los 80.

 

A los cierres, siguieron a finales de aquella década y principios de los 90 las deslocalizaciones de la producción a terceros países, primero una línea, luego otra,... hasta trasladar toda la cadena de montaje. De hecho, era una fábrica que sólo ejecutaba  parte de la cadena de producción, ya que el montaje final del zapato se hacía en otras factorías.

 

A los miles de trabajadores y trabajadoras despedidos en aquellos años, muchos en plena madurez, hay que añadir las miles de mujeres que trabajaban precaria y clandestinamente en sus casas, como mi madre y tantas madres de mis compañeros de colegio.

 

En el que otrora fuera el centro geográfico y económico de Mallorca, el tejido social prácticamente murió, muchos emigraron, otros se marcharon a la costa a trabajar a la hostelería y algunos se reciclaron en un sector de la construcción que pueden imaginar que pocos años después de aquel boom, tampoco es ya lo que era, ni lo volverá a ser.

 

Las crisis sirven para que los procesos económicos y de producción se reestructuren, pero sobre todo para que unos ganen y muchos pierdan, aprovechando las circunstancias.

 

El sector turístico ha ganado todavía más peso en la economía balear y es ya casi un monocultivo, mientras la agricultura y la industria lo han perdido y su aportación al PIB es tan necesaria como residual, lo que nos hace poco o nada resistentes a futuras crisis.

 

La riqueza está mucho más concentrada que nunca o lo que es lo mismo, peor repartida: nunca las tasas de pobreza habían afectado a casi una de cada tres personas en nuestra tierra al tiempo que tenemos más turistas que nunca.

 

Una reflexión, llegados a este punto: de poco sirve que nos visiten más de 13 millones de turistas, que es equivalente a decir que tenemos el potencial de exportar nuestra riqueza a más de 13 millones de consumidores sin gastos de transportes (algo nada menospreciable siendo un archipiélago), y seamos incapaces de aprovecharlo en pro de un cierto equilibrio económico y por tanto social que tiene bastante de sentido común y de comunidad y no tanto de cambio radical, pero sí necesario.

 

Volviendo a mi pueblo, la industria del calzado exportaba en su día de dos formas: enviando zapatos al exterior, y vendiendo zapatos a los turistas, aprovechando esa posición de ventaja ahora ignorada. Si en los 90 se consumó la deslocalización de casi todas las manufacturas, ahora es tiempo de hablar de relocalización: que vuelva la industria.

 

Lo están haciendo otras comunidades, aprovechando el encarecimiento de los costes de producción en China, sin ir más lejos. Aunque el turismo puede y debe ser un aliado, como sector no puede por si mismo dar trabajo a las más de 90.000 personas que en estos momentos no lo tienen. El autoempleo está bien, pero necesitamos también industrias con innovación que generen muchos y buenos empleos.

 

Pero además de tener ideas e iniciativa, en economía sería necesario también tener escrúpulos y responsabilidad.

 

Los directivos de Bimbo, como los de la multinacional Coca-Cola en su momento, han anunciado estos días el cierre de la planta de fabricación de pan y otros productos en Palma, otro golpe a lo poco que queda de industria en nuestra comunidad.

 

Como entonces, se trata de uno de los centros que más produce y vende de todos los del estado, de los más rentables justamente por el turismo, pero a estos directivos bien remunerados poco les importa dejar a más de una treintena de familias sin sustento y sin futuro.

 

Ni las empresas y establecimientos que se verán afectados también directa o indirectamente, porque cada parado más es un consumidor (o varios) menos, aunque al capitalismo neoliberal se le de tan bien castigar a la gran masa asalariada.

 

Y tanto para que regrese la industria, como para que no se vaya la poca que nos queda, hace falta también que regrese la política: sin normas que nos protejan de empresas y directivos sin escrúpulos ni planes económicos e industriales que generen nuevos equilibrios, sin intensos pero urgentes procesos de diálogo social y económico que nos permitan vislumbrar otro horizonte posible, sin que la democracia llegue a las grandes decisiones económicas, seguiremos siendo esclavos. Aunque con la suerte de vivir en un paraíso, eso sí.

Bimbo, la industria y nosotros