viernes. 26.04.2024

Kennedy y el espíritu de la responsabilidad ciudadana

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Si algún dirigente político ha legado frases para la posteridad este ha sido, sin duda alguna, John Fitzgerald Kennedy, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963.

 

En Berlín, ante un público entusiasmado, Kennedy hizo pasar a la historia su ‘Yo soy berlinés’, toda una declaración de intenciones en solidaridad y apoyo a una ciudad dividida por uno de los muchos muros de la vergüenza que se han construido a lo largo de la historia. Y que se siguen construyendo, por cierto.

 

Algo más tarde, dio de nuevo en la diana cuando afirmó, en plena Guerra Fría, que soviéticos y estadounidenses, más allá de sus diferencias, tenían, al menos, dos cosas en común: “Todos respiramos el mismo aire y todos vivimos en el mismo planeta”.

 

Sin embargo, de toda la nutrida y elocuente hemeroteca kennedyana, me quedo, personalmente, con una afirmación que, hoy en día, con la que está cayendo, reluce una actualidad rabiosa: “No os preguntéis qué puede hacer el país por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros para el país”.

 

Corrían los años 60, una época de cambios y de convulsiones, especialmente en Estados Unidos, y también en determinados países europeos como Francia o Reino Unido.

 

En cierta manera, esa es la etapa de la historia en la que, en los territorios con un sistema democrático plenamente consolidado, la figura del súbdito que obedece ciegamente a la administración y se halla al servicio de la misma, dejaba paso a la figura del ciudadano, un sujeto autónomo, independiente, que exige y reclama a sus gobernantes soluciones a sus problemas y que está dispuesto a luchar y combatir por sus derechos.

 

Kennedy abanderó y, en algunos casos, incluso lideró, desde el Despacho Oval de Washington, esta cadena imparable de transformaciones sociales, culturales y económicas. Posiblemente, su asesinato, cuyas circunstancias y motivaciones nunca han sido suficientemente esclarecidas, no es en absoluto ajeno al espíritu de cambio de Kennedy y de su administración, a la que con posterioridad, y en sentido y merecido homenaje, la historia la ha bautizado con el nombre mítico de Goliat.

 

Sin embargo, y ese es el punto al que pretendía confluir con mi disertación, la declaración de Kennedy sobre la importancia de anteponer las obligaciones para con nuestro entorno a la reclamación de los derechos que como individuos nos asisten, resulta extraordinariamente significativa.

 

En realidad, más que una manifestación o una afirmación, Kennedy lanza una advertencia: algo así como que además de luchar por los derechos, es importante no descuidar los deberes. Es decir, eso que se ha dado en llamar la responsabilidad ciudadana, o, también, responsabilidad social.

 

Posiblemente, este es uno de los grandes déficits de la sociedad europea y española, una carencia que Kennedy ya intuyó, con proverbial lucidez, a principios de los años 60, momento en el que se pusieron los cimientos del orden mundial tal como lo entendemos ahora.

Kennedy y el espíritu de la responsabilidad ciudadana