Miguel Bordoy nació en Palma en 1945. Fue, confiesa, el niño mimado de la familia: por ser el pequeño (tiene dos hermanas mayores) y por ser precisamente el único varón. El hecho de tener como padres a dos profesores le llevó a leer y escribir con prontitud. “Antes de empezar a estudiar en La Salle, a los ocho años, ya me defendía en esas artes, gracias a mis padres. Sin embargo, tengo que decir que, posteriormente, tuve un sentido del estudio muy práctico, en el sentido de que sólo me atraía aquello que creía que me podía resultar útil de alguna manera”, confiesa.
Uno de los recuerdos más cariñosos que guarda como un tesoro (se dibuja una sonrisa en su cara) es pasar largas temporadas de su infancia en la finca de Llucmajor. “Ahí campaba a mis anchas, y el hecho de bajar a Palma suponía para mí una especie de castigo”. Es aquí donde se convierte hoy en guardián del legado de su padre, una importante colección apodada “Biblioteca y museo cervantinos” en su finca de Mina (Llucmajor) donde hay 752 ediciones del Quijote en 50 idiomas o dialectos diferentes, 124 biografías de Cervantes, 624 obras de antología, crítica y escritas por Cervantes, 16.000 artículos periodísticos, música cervántica, calendarios, felicitaciones, bustos, cajas de cerillas, tabaco, vinos, pendientes, dijes y una vajilla de Talavera, entre otros. “Mi padre era un erudito y, sobre todo, una buena persona que hacía favores a todo el mundo”.
Miguel Bordoy reconoce que nunca se sintió presionado para seguir el camino profesional de sus padres, si bien asume que siempre un joven se ve influenciado, en mayor o menor medida, por sus profesiones. “En todo caso,
la auténtica vocación la detectas en cuanto empiezas a vivir tu propia vida, o al menos así fue en mi caso”.
Aunque eligió la rama de ciencias, y optó por estudiar arquitectura técnica, sus ansias emprendedoras le llevaron, con sólo 21 años, a fundar y dirigir una empresa de construcción. “Llegué a tener una docena de trabajadores. Recuerdo que construimos dos hoteles y que, en primera instancia, solamente nos pagaron medio… Ésas son lecciones que te sirven de mucho en la vida”.
Lejos de caer en el desánimo, siguió con la construcción y la promoción de chalés, y obtuvo mucho éxito, confiesa. “La clave para vender era que la vivienda fuera del gusto de las señoras, porque eran ellas quienes tomaban la decisión de comprar o no la casa”. Aún en el ámbito de la construcción, Bordoy también trabajó en la rehabilitación de casas de campo, en un “ejercicio no exento de cierto romanticismo”.
Bordoy siempre ha sido un apasionado de la gestión, la dirección empresarial y el hecho de prestar un servicio a la sociedad. Para ello, siempre ha estado bien atento a la evolución de la economía, a sus vaivenes…
Recuerda que “en los años sesenta, se produjo el despegue del turismo en Mallorca y en el conjunto de Baleares. Todos estábamos ligados a ese mundo; directamente (hoteleros, restauradores…) o indirectamente, a través de empresas satélite del turismo. Yo, tras diez años en la construcción, decidí salirme de la órbita de lo que era el entorno turístico, para evitar los sometimientos de las inclemencias del turismo, que vivía unos tiempos de dientes de sierra muy marcados en sus resultados. Esta situación me resultaba incómoda e insegura. Entonces decidí montar algo diferente”.
Así, constituyó en 1975 la empresa Trablisa, una de las compañías de seguridad privada más antiguas de España. “Para que te toque la lotería tienes que comprar un décimo, y yo compré un décimo de una nueva gestión empresarial. Creé Trablisa con ahínco, con esfuerzo y con una dedicación absoluta… y hasta hoy”.
A través de su amplia experiencia como empresario, Bordoy conoce los secretos, los entresijos de la labor empresarial, no siempre bien valorada o reconocida por la sociedad. “Yo soy un empresario de vocación –asevera-. El empresario la necesita, puesto que mantiene una lucha constante a lo largo de su carrera profesional y porque en realidad existe la llamada soledad del directivo, muchas veces uno se encuentra ante barreras que hay que superar con prudencia, con riesgo y con sabiduría. Esa sabiduría se adquiere a lo largo de los años sobre la base de las distintas aventuras vividas. La experiencia es una asignatura que no se puede enseñar en la universidad y que es indispensable”.
Bordoy se puso manos a la obra y estaba convencido de que trabajando duro y con responsabilidad podría llevar lejos a Trablisa, pero no sabía hasta qué punto exacto. “Al inicio, uno podía plantearse proyectos a corto plazo, para medio año o un año, pero en la actualidad uno trabaja para el día a día, ya que la dinámica empresarial te exige una atención constante para virar el rumbo, no en la dirección de la empresa, pero sí en la ejecución del trabajo diario. A veces, uno cree que se ha acercado lo suficiente al horizonte y no se plantea ir más allá, pero la inercia te obliga y no puedes detenerte, tienes que seguir. En caso contrario, uno pone trabas al desarrollo de la empresa, y eso no es bueno, evidentemente”.
Esta “mina” de Miguel Bordoy ha crecido sin cesar. Así, tras prestar durante años sus servicios únicamente en Baleares, Trablisa hoy está presente también en la Península. “Como consecuencia de la inercia del desarrollo profesional, los mismos clientes te lo exigen de alguna forma, lo analizas y lo aceptas. De esta manera, estamos en Madrid, Cataluña, Andalucía...”.
Trablisa se ha convertido en un grupo empresarial que cuenta con una plantilla de 3.500 trabajadores y mejora sus cuentas de resultados año tras año. Ofrece todos los productos de seguridad, sin ninguna excepción, con toda la gama de servicios: transporte de fondos, servicios auxiliares a la banca, vigilancia, instalaciones de sistemas de alarmas y central receptora, prevención contra incendios e, incluso, atención a personas mayores. Es decir, todo lo relativo a atención al cliente en materia de seguridad en su más amplio sentido.
En el mundo de la empresa, el factor riesgo siempre está presente. La economía tiene sus ciclos y hay que saber adaptarse o responder a los tics que marca. Han sido muchas las empresas que se han quedado en el camino (por múltiples causas), pero bajo el trasfondo de la última y durísima crisis económica y financiera. “La verdad es que en Trablisa no hemos notado la crisis en la contratación de servicios sino en el cobro de esos servicios”.
Persona entusiasta y empresario comprometido, Bordoy se vale de su fecunda experiencia en la empresa, para lanzar algunos mensajes claves para aquellos emprendedores (jóvenes o no tanto) que quieran prosperar en su idea de negocio. “En primer término, les diría a esas personas que quieren emprender que deben tener la vocación empresarial muy arraigada; en segundo lugar, que no se ofusquen; que se fijen unos límites de inversión económica; y finalmente, el convencimiento de que su empresa puede tener éxito. Uno tiene que ser el primer convencido de ello, por una sencilla razón: para convencer al cliente uno tiene que estar plenamente convencido de lo que ofrece”.
En este sentido, considera que hay dos tipos de emprendedores: el emprendedor “tutelado” y el emprendedor “desbocado”, en su propia terminología. El primero –sostiene Bordoy- cuenta con la ventaja de la experiencia de su valedor; en tanto que el segundo, que no tiene esa prerrogativa y correrá mayores riesgos.
Por tanto, Miguel Bordoy traslada en su día a día toda su experiencia personal y vital a su hijo, que está llamado a ser el cabeza visible de Trablisa; eso sí, pero tendrá que saltar un listón colocado a mucha altura.
¿Qué papel debe jugar el empresario en la sociedad? Miguel Bordoy siempre ha sido un fiel defensor del papel del empresario. Se resigna afirmando que la sociedad no es consciente del papel de los empresarios. “Si no hubiera empresarios, no habría trabajo, riqueza ni bienestar. Cuando hablamos de empresarios, en ocasiones se habla en la opinión pública de un grupo de empresarios de élite, y quizás sea verdad que algunos se han podido prostituir (comprando a políticos, por ejemplo), pero la gran masa de empresarios la forman personas honradas que luchan cada día para llevar adelante el negocio y a sus empleados”.
En ese sentido, defiende que es necesario un tejido empresarial, y éste tiene que estar protegido. Defensor del asociacionismo, ha dejado su impronta en ASIMA, donde sus 15 al frente de la presidencia no fueron producto de una casualidad. También preside la Asociación Balear de Directivos desde 1998.
Hoy es el presidente de honor de una ASIMA que transformó desde diferentes pilares siguiendo la gestión de una verdadera empresa, creando una estructura y construyendo nuevas oficinas. Se siente muy orgulloso de que hoy ASIMA sea una organización viva, proactiva, participativa e implicada con todos los agentes sociales y las distintas administraciones.
Entre sus huellas se encuentra la construcción de la Escoleta ASIMA, el primer centro educativo de 0-3 años en un polígono industrial para la conciliación de la vida familiar y laboral; la puesta en marcha de la Fundación ASIMA y su intensa labor hacia la sociedad, con campañas solidarias para ayudar a los más desfavorecidos, la apertura de la Comisaría de la Policía para incrementar la seguridad en nuestros polígonos, la consecución de la devolución del Ayuntamiento de Palma del antiguo Parque de Bomberos, que será en el futuro un Centro de Formación Profesional y un espacio socio-cultural, entre otros.
La figura de Miguel Bordoy es sinónimo de apertura de nuevos caminos, de superación de grandes desafíos, o de inyección de dinamismo e ilusión para lograr cotas más altas de progreso y bienestar.