viernes. 19.04.2024

Quizá esta vez estemos mirando más al bosque… sin ver los árboles

Carta del hermano de un infectado de la enfermedad del coronavirus

Hace unos días, una persona conocida me hizo llegar via mail esta carta en la que narra una experiencia personal dura e intensa y me pidió por favor si podía publicarla aunque sin citar la autoría. Entendí que, aunque somos un medio de cariz económico, por encima de todo somos un medio que trabaja por y para las personas. Y es que en estos tiempos turbulentos que corren en el que la seguridad sanitaria lo condiciona todo, he considerado más que oportuno publicar íntegramente este texto en mi columna de opinión empezando por respetar el titular.

 

Ahí va...

 

"Mi hermano lleva casi una semana dormido. Dormido en una UCI y conectado a un respirador, mientras todo el equipo sanitario (porque no quiero dejar a nadie fuera de ese grupo, sea cual sea su función en el complejo engranaje de salvar vidas y contribuir al confort del paciente) hace lo posible para revertir la situación. Está afectado por el Covid-19, claro, y por la neumonía en ambos pulmones que ha complicado, y mucho, la situación.

 

Hasta aquí una historia más de un infectado más, en un momento que desde luego no es ‘uno más’ para nuestra sociedad. Pero (siempre hay un pero, ¿no?), quizá la presión para llegar a la meta (curar), en este caso, ha impedido efectuar otras paradas necesarias en sí mismas para evitar este horror clínico y emocional. Sencillamente porque el positivo se confirma un 13 de agosto por síntomas compatibles con una faringitis. Al enfermo se le pide que permanezca aislado en su domicilio y se le somete a seguimiento telefónico. Las complicaciones surgen días después, sin que en ningún momento remitiera la fiebre, ni el dolor, ni las dificultades respiratorias. Y el afectado, que es muy poco de molestar, decide avisar de que está mucho peor.

 

A partir de ese momento la actuación es impecable: traslado en ambulancia, ingreso, pruebas clínicas, y la decisión de instalarlo en el entorno UCI donde mejor tratarle. Porque unas sencillas placas certifican una neumonía en los dos pulmones que disparan todas las alarmas. Alarmas y protocolos. El Remdesivir (a punto de agotarse ya en ese momento, por cierto, según noticias de la semana en cuestión) tiene que ser solicitado al ministerio de turno y este autorizarlo (entiendo que siguiendo el criterio médico de los solicitantes).

 

Tarda 48 horas en comenzar a dispensársele y, aunque los propios profesionales de la medicina saben que no es la panacea, al menos confían en los beneficios que avala la comunidad científica. Junto a los antibióticos, la sedación y la conexión al respirador, las horas pasan y la confianza en superar la crisis, también. No del todo, claro. Si algo ha demostrado este virus, es probablemente su imprevisibilidad.

 

Y mientras la familia espera la llamada con el informe diario, que el teléfono no suene en otro momento que no sea el habitual (porque no serían buenas noticias) el tiempo, los días (y según algunas previsiones que se apuntan, las semanas) pasan, la mente de todos elabora una retahíla de preguntas sin respuesta:

 

¿Por qué a un ‘positivo’ con síntomas se le manda a casa sin ninguna prueba complementaria que, a lo mejor, en ese momento hubiera advertido ya de la gravedad y permitido iniciar antes el tratamiento y evitar una posible propagación?.

 

¿Cómo es posible que las tres personas convivientes con el afectado, una de ellas anciana y en un evidente grupo de riesgo por motivos que no vienen al caso, no sólo no son contactadas, sino que se ven abocadas a solicitar y pagar una PCR por cuenta propia (con resultados negativos, tengo que decir)?.

 

¿Por qué en la práctica es imposible aplicar adecuadamente los protocolos que, individualmente, llevamos meses escuchando que son los oportunos?.

 

La verdad es que sobre el papel la teoría es sencilla. Pero en la práctica ha resultado tan compleja como ineficaz para una actuación ágil y correcta. Por eso recomiendo a todos que hagan un ejercicio: averigüen exactamente qué hacer, a quien recurrir, para que no tengan que perder un minuto en decidir cuál es el siguiente paso.

 

Ahora (y supongo que nunca) no es el momento de culpabilizar a nadie. Ni siquiera al infectado, que por mucho que un positivo siembre incontables dudas sobre qué no hizo bien, en este caso no responde al perfil de irresponsable. Mascarilla, distancia social, higiene continua… De poco sirve saber que el riesgo cero no existe, y que ante este virus aún se está prácticamente a ciegas.

 

Pero mientras leo a diario titulares sobre test masivos, rastreos y la inevitable coletilla que apela a la responsabilidad individual y colectiva, no dejo de plantearme por qué los esfuerzos (en este caso) se han centrado más en evitar que el bosque se infecte de Covid-19, si se me permite decirlo así, que en ocuparse del árbol enfermo que estaba en primera línea.

 

Y no creo que se trate de un error de personas, sino del sistema, que tiene tantos frentes abiertos que no acaba de cohesionar. Y mientras, espero a que mi hermano se despierte. De las secuelas ya tendremos tiempo de ocuparnos.

 

Quizá esta vez estemos mirando más al bosque… sin ver los árboles