La exitosa Semana Santa que hemos vivido en clave turística nos anticipa, por fin, una temporada como las de antes. Millones de turistas visitarán (ya lo están haciendo) Baleares, el nivel de empleo está ya por encima de 2019 y nuestra economía vuelve a tirar del carro de toda España. Vamos, lo que estábamos ansiosos por contar.
Y, claro está, llegado este punto, los primeros agobios y aglomeraciones han sido suficientes para que los anti-todo (que son muy pocos en nuestro Archipiélago pero que por no sé que extraña razón tienen muchos altavoces) recuperen el discurso turismofóbico que predicaban antes de la pandemia y empiecen otra vez a echar pestes de los turistas. Aquellos que nos dan de comer, que parece que se les olvida.
Particularmente, salvo algunas excepciones, no me altera en demasía tanto turista. Evito algunos lugares excesivamente concurridos, pero siempre encuentro otros para disfrutar de la bellísima Mallorca en la que vivimos. Pero entiendo que el territorio es limitado y que haya que buscar soluciones para seguir generando riqueza, creciendo mejor, a través de otros caminos, no de forma incontrolada.
Y ahí está la famosa desestacionalización, palabreja difícil hasta de pronunciar. Desde que me dedicó a la comunicación, media vida, no he dejado de escucharla y de apelar a ese intento de distribuir los millones de turistas durante más meses a lo largo del año, que no sólo vengan por el sol y playa.
Y sí, se puede lograr: hay eventos que favorecen el alargamiento de la temporada para que Baleares no explote los meses de verano y que los trabajadores fijos discontinuos puedan cotizar más de seis meses. Ejemplos claros son la recién celebrada Palma Boat Show (la Feria Náutica de toda la vida) o la Mallorca 312 ciclista, ambos acontecimientos masivos y exitosos. Y celebrados en primavera, en esas semanas ‘valle’ entre las vacaciones de Pascua y el inicio de la temporada.
Pues bien, entre esos anti-todo defendidos por algún partido político -minoritario- también están los detractores de este tipo de pruebas que, por supuesto, rechazan los maratones en otoño, la Challenge ciclista en invierno, los campos y/o torneos de golf, los cruceros, etc. porque (denuncian) provocan cortes en cientos de carreteras, incomodan los paseos por el Marítimo de las familias residentes, consumen excesiva agua, llenan las calles del casco histórico de Palma o… lo que sea. El caso es protestar.
Dichos eventos deportivos, los campos de golf o los cruceros son ejemplos de desestacionalización. Los que vienen tras éstos llenan los hoteles fuera de las fechas de temporada alta, gastan grandes cantidades de dinero en la oferta complementaria, disfrutan de nuestra excelente gastronomía y, que yo sepa, ni contaminan ni consumen territorio.
Vivimos en un emplazamiento privilegiado, como no me canso de repetir. Cuando vamos a cualquier ciudad turística en Europa, EEUU, Japón o Australia, asumimos las multitudes y formamos parte de ellas. No podemos volver a los años 50, por mucho que quieran algunos egoístas para pisar las playas sin nadie que les moleste, sin chiringuitos, sin cruceros en medio de la Bahía de Palma y aparcando en primera línea.
Hemos pasado dos años muy malos, mucha gente (salvo los privilegiados que no han sufrido los efectos de la pandemia en sus bolsillos) ha vivido con la incertidumbre por su futuro. Ahora que recuperamos sensaciones, que volvemos a vivir a pleno rendimiento, que los turistas -los queridos guiris- vuelven a campar por nuestras playas, calles y montañas, ahora que podemos volver a ‘quejarnos’ de que están entre nosotros, sólo nos queda pensar en el turismo que queremos, encontrar la fórmula del turismo del siglo XXI.
Avancemos mejor, de forma sostenible, diversificando nuestro tejido empresarial a través de la innovación y la tecnología, apostando también por esos turistas que quieren venir a Baleares en octubre, diciembre o febrero.
