Bertand Russell nos dejó algunas pistas en su discurso de aceptación del premio Nobel de literatura en 1950. Pongámonos en contexto. Russell tuvo una mente preclara y polifacética. Filósofo y científico, defensor de los derechos de la mujer, su compromiso con el pacifismo le llevó a la cárcel. Se opuso a Hitler, al estalinismo, a la bomba atómica, a la segregación racial y a la invasión estadounidense de Vietnam. Hizo de la paz su lucha. Y mantuvo toda su vida un sano escepticismo. En una ocasión le preguntaron si sería capaz de morir por sus ideales y contestó: “¿Yo? ¡No! Podría estar equivocado”. Es considerado uno de los filósofos más importantes del siglo XX, aunque él se declaraba matemático.
En su discurso defiende la idea de que toda actividad humana es impulsada por el deseo; que es el deseo el que está en la base de nuestra conducta y funciona como principal fuente de motivación. Russell mantiene que se antepone incluso al sentido del deber, pues este último no actúa a menos que se desee ser obediente, y que el ser humano tiene deseos infinitos que no acaba de satisfacer. La explicación de toda conducta está, pues, conectada con el deseo.
Según el filósofo, existen cuatro grandes deseos:
El primero es el deseo de ADQUISICIÓN, el deseo de poseer el mayor número de bienes, algunos necesarios y otros no, y que, por muchos bienes que se adquieran, siempre se desean más y nunca es suficiente. Cree que este deseo está enturbiado por el miedo a perderlos. No nos saciamos. “La boa constrictor- nos dice Russell-, cuando ha tenido una comida adecuada, se va a dormir y no se despierta hasta que necesita otra comida. Los seres humanos, en su mayor parte, no son así”. ¡Hay que ver el tiempo de vida que dedicamos a satisfacer este deseo!
La RIVALIDAD, el deseo de competir, es el siguiente. Y nos pesa tanto que puede ser que algunos se enfrenten alegremente al empobrecimiento o la propia desgracia, si así pueden asegurar la ruina de sus rivales. Este deseo nace del narcisismo. Somos más competitivos que colaborativos.
El deseo de obtener reconocimiento social puede convertirse en un fin en sí mismo. La VANIDAD humana no tiene límites y está en nuestros genes. Toda nuestra vida nos acompaña una frase: “Mírame”. Solo hay que echar un vistazo a las redes sociales para darse cuenta de lo que algunas personas son capaces de hacer. Puede tomar innumerables formas, desde la bufonería hasta la búsqueda de la fama póstuma. Tener el ego inflamado suele salir caro.
El amor por el PODER es para Russell el más potente de los cuatro deseos. Puede confundirse con la vanidad, pero no es lo mismo. La vanidad se basa en la gloria, en el reconocimiento social, en la fama: es fácil tener gloria sin poder. Pero para algunas personas, el poder es infinitamente superior. El placer del poder es más intenso que el poder del placer. Y tampoco tiene límites. Es insaciable. Cuanto más poder se tiene, más poder se quiere. Genera adicción y se va retroalimentando por la propia experiencia de poder. Sin embargo, Russell no considera el amor al poder como algo estrictamente negativo. El poder da la posibilidad de hacer que las cosas ocurran. Sin poder no hay impacto ni resultados. El poder necesita de fines justos y compasivos: no debe ser un fin sí mismo, sino que debe permitir avanzar en el ámbito en el que se aplica.
Su discurso no acaba aquí, también reflexiona sobre algunos motivos secundarios, como el amor a la emoción. La mayoría de los seres humanos desean escapar del aburrimiento. Opina que “la naturaleza de la vida sedentaria ha fracturado el vínculo entre el cuerpo y la mente”. Escribe, y no olvidemos que lo hace en 1950, que el tipo de constitución física que tenemos es el adecuado para una vida de trabajo físico muy severo, tal y como antes. La gente no necesitaba nada para evitar el aburrimiento. Con descansar era suficiente. “Pero la vida moderna no se puede llevar a cabo sobre estos principios físicamente extenuantes - escribe Russell-. Una gran cantidad de trabajo es sedentario, y la mayoría de los ejercicios de trabajo manual solo requieren unos pocos músculos especializados…. y si la raza humana quiere sobrevivir, algo que, tal vez, no es deseable, habría que encontrar otros medios para asegurar una salida inocente para la energía física no utilizada que produce amor por la emoción...”. “Nunca he oído hablar de una guerra que se haya originado en las salas de baile”.
Muchas gracias, Sr. Russell por estas reflexiones. La deriva del mundo, 70 años más tarde, nos indica que estos deseos continúan estando muy presentes y nos han llevado a la situación actual. Parece urgente cambiar, modificar o atenuar algunos de ellos. Y nos va a costar, porque están en nuestra naturaleza. Pero habrá que intentarlo. Mis mejores deseos para todos ustedes en estos tiempos de evaluación, reflexión y proyección.