viernes. 19.04.2024

El valor de atreverse

Escribo este artículo desde México, donde estoy acompañando a un grupo de directivos de varios países de la zona, en un taller sobre “Transformación del liderazgo”. Pertenecen a una misma empresa, con sede corporativa en España y cuyo negocio se está transformando con gran celeridad.

 

Como el entorno está cambiando, hay que adaptar la estrategia, lo que obliga a revisar en qué se debe modificar la forma de dirigir y las relaciones internas. No se conduce igual un velero clásico que un velero moderno bien equipado, o un catamarán que una goleta: requieren conocimientos y competencias diferentes; como tampoco la gestión de la tripulación es la misma, aunque es cierto que se mantienen algunas constantes, independientemente del tipo de barco.

 

Las personas necesitan claridad en el funcionamiento, también capacidad para superar los retos y un mínimo compromiso con el proyecto. La claridad es responsabilidad de la organización, la capacidad tiene que ver con la selección y la formación, y el compromiso es la consecuencia de un el estilo de liderazgo, pero no existe una correlación directa entre este y los resultados.

 

El liderazgo genera un determinado clima en el equipo que, si es propicio, origina el compromiso, es decir, un grado de identificación afectiva con el proyecto, que aumenta las posibilidades de tener buenos resultados. Como sabemos, dirigir no es comunicar decisiones, sino algo mucho más sutil.

 

El nivel de debate del grupo (directivos y directivas que dirigen a líderes de equipos) es alto y permite saltarse los conceptos básicos del liderazgo, ya que todos los participantes entienden, a nivel cognitivo, el rol de líder. Tienen experiencia y lo hacen bien, pero también saben que eso no es suficiente.

 

En el debate de ayer, identificaban los principales frenos que les dificultan conseguir mejores resultados. Había un cierto consenso: ser más valientes para atreverse a hacer otras cosas, ser un poco más audaz. Una participante compartió que “si volviera a empezar, haría lo mismo, pero con más coraje”. Coraje para generar alternativas, ampliar perspectivas y afrontar dificultades, ya que ser un poco más osado favorece tener resultados diferentes. El coraje implica tener una dosis de miedo, que puede ser muy paralizante.

 

El dilema de la tortuga: si saco la cabeza me vuelvo vulnerable y me pueden atacar, si no la saco, me muero de hambre. Nuestros ancestros fueron capaces de encontrar el equilibrio entre la osadía y el miedo, gracias a ello, nosotros estamos aquí. Los muy osados fueron devorados por el tigre de sable y los extremadamente prudentes fallecieron de inanición. 

 

Estuvimos reflexionando sobre este dilema y llegamos a la conclusión de que los tiempos actuales requieren grandes dosis de atrevimiento. Tiempos de transformación digital, de big data, data analytics, de inteligencia artificial, de cuarta revolución, nos obligan a tomar decisiones que nos hacen perder momentáneamente el equilibrio. Sin embargo, el precio de no hacerlo sería demasiado elevado.

 

La pregunta que surgió fue si se puede aprender a ser más osado. La mayoría pensaba que sí, aunque no sería fácil y que, en resumen, requeriría los siguientes pasos:

 

1.Autoconocimiento: trabajo personal para evidenciar los límites, los frenos y los miedos.

 

2. Empatía con la situación o reto con la que quieres ser más audaz. Ser capaz de leer y evaluar, no solo el entorno, si no también el momento. Fijar el foco.

 

3. Imaginar los peores escenarios y sus consecuencias. Un participante explicó que en una empresa anterior había cometido un error de evaluación con un resultado deplorable. Durante una semana no durmió, pensando en la reunión con el CEO. Estuvo muy angustiado hasta que la noche anterior, pensó cuál sería la peor consecuencia. Pensó: “Me van a despedir. ¿Y qué? Tengo buena empleabilidad, contactos y energía para buscar otro trabajo”. La angustia se disipó y a la mañana siguiente, acudió a la reunión y sí, lo despidieron. Pero al poco tiempo tenía trabajo. Su aprendizaje fue que se podía haber ahorrado una semana de angustia. “Al toro, por los cuernos”. Desgrane la incertidumbre todo lo que pueda y conviértala en decisiones.

 

4. Compartir la osadía. Explicar y escuchar otros puntos de vista, sobre todo, divergentes, porque le ayudará a evaluar, afinar o descartar opciones.

 

5. Empezar por pequeñas decisiones y observar el resultado, al tiempo que se observa a sí mismo. Vaya subiendo el nivel.

 

6. Asumir siempre las consecuencias. Hay que rendir cuentas ante uno mismo y ante otros. Pase lo que pase.

 

7. No ser intrépido. No actuar sin pensar con “cuidado” en las consecuencias. Sentir temor ante el peligro. No confunda audacia con irresponsabilidad. Vi el mejor documental de los Oscar de este año: Free solo, donde un escalador solitario, únicamente con sus manos y pies, sube por una pared de 900 metros sin ninguna protección. El alma en un puño. No se trata de eso, sino de no asumir riegos innecesarios.

 

8. Ser osado no solo con las ideas innovadores y disruptivas. También, hay que ser osado para sostener el rumbo a mitad del trayecto. O para mantener el cambio cuando las personas se disgustan o se enfadan. Para ver cómo afloran los conflictos y afrontarlos. Para no caer en una posición de víctima y continuar siendo el protagonista.

 

9. Cuidarse. No es un camino fácil, porque tiene más desgaste emocional de lo que parece. También, da más satisfacción que la comodidad. Hay que buscar dónde cargar las baterías que le den energía.

 

Nos volveremos a encontrar con el grupo en noviembre y compartiremos las experiencias y los aprendizajes de atreverse a ser un poco más osados. La pregunta quedó en el aire: ¿Cómo sería mi vida si tuviera más valor para “atreverme a”? ¿Qué cosas estoy dejando de hacer? Vamos a ver…

El valor de atreverse