viernes. 29.03.2024

Protesta ‘gratis’, taxis y quioscos

El sector turístico de Mallorca y/o Baleares siempre manifiesta su temor a que cualquier incidente o mala imagen que se pueda transmitir desde nuestro idílico destino turístico pueda tener efectos negativos en el motor económico del Archipiélago. Incluso en temporadas tan buenas (a nivel de volumen de visitantes y reservas; la rentabilidad es otra cuestión) como la actual, donde hoteles, restauración, oferta complementaria y demás actores ligados al turismo están viviendo un verano igual o mejor que los de antes de la pandemia.

 

Y en esas estamos cuando, la semana pasada, conocimos la sentencia de la Audiencia Provincial de Baleares que absolvió a la docena de jóvenes acusados del mal llamado ‘caso Confeti’, que fueron juzgados por un presunto delito de desórdenes públicos tras la protesta turismofóbica que tuvo lugar en el Moll Vell en julio de 2017. Probablemente fuera exagerada la petición de penas de cárcel para estos jóvenes antisistema o ‘anti todo’, pero sorprende igualmente que la acción deliberada contra locales que pagan religiosamente sus altos impuestos y contra turistas o vecinos que disfrutaban de su tiempo de ocio en el corazón del Passeig Marítim de Palma, quede sin una misera multa.

 

El magistrado apunta en su sentencia una frase que llamó mi atención. Textualmente señala que «una sociedad democrática no puede criminalizar el sobresalto que puede causar una manifestación en los comensales de un restaurante». Bonita forma de resumir y reducir la protesta a una llamativa ‘chiquillada’ con uso de bengalas, humo y otras artes prohibidas y potencialmente peligrosas.

 

En mi forma de entender la vida y el respeto hacia los demás, siempre me ha gustado la expresión que dice: "Mi libertad se termina dónde empieza la de los demás", atribuida al filósofo Jean-Paul Sartre. Estos pacíficos e inocentes muchachos se marchan a casa con la conciencia bien tranquila y, por qué no, pensando en cómo o dónde fastidiar a los próximos turistas y empresarios turísticos que tanto odian. No en vano la protesta les ha salido ‘gratis total’ y, lo que es peor, desde la Justicia se traslada la sensación de que cualquier pueda fastidiar al prójimo impunemente si sus ideas no casan con las de la mayoría de la sociedad civilizada.

 

Contratiempos como este episodio del verano de 2017 que tanto teme el sector turístico, tiene este verano otro punto rojo en los taxis… o más bien la falta de ellos. Hace ya tiempo que los residentes nos quejamos de la dificultad de encontrar un taxi, especialmente en el centro y las zonas de mayor afluencia de Palma, durante los meses de temporada baja. Sólo llamando previamente a las emisoras podías asegurarte un servicio sin perder la esperanza en mitad de la calle. Ahora ya ni eso funciona. La escasez de taxistas, incluso estos meses en los que todos pueden trabajar al mismo tiempo esquivando los descansos obligatorios de la temporada baja, es alarmante. Y también afecta, de manera grosera, al turista que nos visita. No recuerdo otro verano con las colas y el descontrol que se montan en Son Sant Joan si optas por coger un taxi nada más bajarte del avión (sólo en Ibiza lo había vivido antes en alguna ocasión).

 

Las quejas de los hoteleros de toda la geografía mallorquina se unen a la de los residentes, que padecemos un pésimo transporte público en general desde que tengo uso de razón. Quizás ahora, cuando el mal ya se ha extendido también entre el sector turístico, que ve desatendido a su clientela, llegue una solución que, ineludiblemente, pasa por ampliar el número de licencias o por liberalizar el sector con la llegada de los VTC (vehículo de transporte con conductor) como ha ocurrido en otras comunidades autónomas.

 

Finalmente, hablando de esa imagen que trasladamos al exterior, me gustaría apoyar uno de esos negocios que nos distinguen y que, por tanto, debemos cuidar y proteger porque además son parte de nuestra historia reciente: los quioscos de prensa. Aparte de defenderlos como periodista que soy, desde niño siempre me han encantado porque podías leer todos los titulares en una visión rápida antes de elegir uno, llevarte una revista, comprarte los cromos de turno o alguna chuchería. Hoy en Palma sólo quedan 6 y sus problemas de rentabilidad chocan con el descenso de ventas de la prensa y las actualizaciones de las tasas municipales.

 

Aunque confieso que hace tiempo que no compro a diario prensa en papel (lo digital es imparable, especialmente entre los profesionales de la comunicación), las autoridades deben salvaguardar y favorecer alternativas a estos negocios para que sigan instalados en lugares estratégicos de nuestra ciudad, dando servicio tanto a residentes como turistas. Si la solución pasa por ampliar su catálogo de productos a la venta o rebajar el canon que pagan, no debería haber problema para su continuidad. Seguir deteniéndonos con esa mezcla de curiosidad y fascinación delante de los quiscos de las plazas del Mercat, Progrès o Joan Carles I forma parte de nuestra cultura e imagen de esa Palma de Mallorca que siempre hemos conocido y que debemos luchar por mantener.

Protesta ‘gratis’, taxis y quioscos