Estamos ya a las puertas de una nueva temporada turística, la que ojalá sea la de la vuelta a la normalidad, especialmente ahora que por fin vemos el fin de la obligatoriedad de las mascarillas también en espacios interiores. Una temporada que se presenta con buenas perspectivas, con anuncios de ocupación casi prepandémica en Baleares y otros destinos nacionales. ¡Benditos números!
Frente a estas excelentes previsiones que nos anticipa el sector turístico ya para Semana Santa, y que bien podrían extenderse a lo largo de los próximos meses, tenemos toda una serie de factores externos amenazantes.
La vergonzosa guerra en Ucrania, cuyas imágenes y atrocidades rusas siguen helándonos la sangre cada mañana; sus consecuencias como el encarecimiento de productos de primera necesidad, la inflación por las nubes… y una pandemia que, aunque parece que dejamos atrás, sigue ahí latente.
La evolución de la mayoría de estos factores no está en nuestra mano, no podemos sino confiar en que la comunidad internacional o la ciencia hagan su trabajo (o sigan haciéndolo en el caso científico) para que mejore la situación global y no acabe dañando un turismo que nos da de comer y que tanto ha sufrido ya.
Pero hay otros factores, más cercanos, regionales e incluso locales, que también influyen en nuestro futuro inmediato como es el cuidado del medioambiente, la limpieza, lo que ahora llamamos sostenibilidad. En Mallorca y la capital balear, Palma, nuestros gobernantes están obsesionados en acabar con los chiringuitos de playa (no digo que haya barra libre, pero tampoco que se criminalicen todos), por un lado, y en que dejemos de usar el coche particular como única medida para que la circulación por Palma recupere la fluidez perdida hace ya algunos años. Si tu trayecto es menor a un kilómetro, tienes que hacerlo a pie, he llegado a leer de algún dirigente político.
En cambio, nada se sabe de la limpieza. Hace unos años, en 2015, el diario londinense ‘The Times’ eligió a Palma de Mallorca como "el mejor lugar para vivir del mundo", entre una lista de las 50 ciudades predilectas del planeta y por delante de algunas tan avanzadas como Toronto, Auckland o Berlín.
Nuestro espectacular casco antiguo, su belleza mediterránea y su acceso al mar, la rica gastronomía, etc. la convertían y siguen convirtiendo en única, a pesar de que la suciedad se ha apoderado no sólo de algunos barrios del extrarradio, sino también de zonas céntricas y transitadas a diario por miles y miles de vecinos y turistas. Una deriva que, por el momento, no parece tener fin ni que esté entre las prioridades de las autoridades competentes.
Hace apenas un par de semanas tuve la ocasión de pasar un fin de semana en Burgos. Como toda capital castellana, su centro histórico es envidiable, lleno de edificios y rincones singulares, rebosante de historia y de vida, transitado por sus amables gentes… y también por turistas -que no todos los tenemos aquí-. Y, ante todo, lo que me llamó poderosamente la atención fue la pulcritud de sus calles: ni un papel en el suelo, ni excrementos de animales, apenas alguna colilla suelta… Admirable.
A medianoche, los equipos de limpieza municipales desafían al frío y recorren las calles para eliminar cualquier resto que no corresponda al mobiliario que, con los primeros rayos de sol, vuelve a emerger resplandeciente.
En Palma y el resto de la Isla, en Baleares en su conjunto, contamos con un entorno especial, espectacular, valorado por la gran mayoría de los millones de turistas que nos visitan cada año. Nuestras envidiables playas, pueblos, rincones, la Serra de Tramuntana… debemos preservarlos, sí, al igual que nuestra ciudad y las calles de nuestros barrios. Y es una labor que nos concierne a todos, empezando por los gobernantes y acabando por cada uno de nosotros de forma individual. El turismo de calidad también requiere limpieza.