jueves. 28.03.2024

¡Quiero hablar con mi algoritmo!

Veo, por segunda vez, el documental de Netflix “El dilema de las redes”. Lo vi hace unas semanas pero cuando me interesa alguna película, la suelo volver a ver. Es una costumbre que adquirí hace años porque se descubren matices, detalles o, incluso, temas importantes que se pasaron por alto la primera vez. El documental da mucho en qué pensar a cerca de cómo las redes sociales, tan cercanas y cotidianas, están cambiado la sociedad, nuestros pensamientos y deseos, sin pedir permiso, moldeando nuestras mentes a su antojo para mayor beneficio de empresas y anunciantes.

 

Vayamos por partes. Estamos inmersos en los inicios de una revolución tecnológica de la que no tenemos ni idea de su profundidad ni del impacto que va a tener en nuestras vidas. No hablo de la digitalización que ha sido acelerada por la pandemia. Hablo de Inteligencia Artificial (IA), de robotización, de automatización… y de su velocidad exponencial.

 

En las amenazas planetarias para la humanidad suelen aparecen dos listas: los riesgos no producidos por acciones humanas, como pandemias, vulcanismo, cambio climático, impacto cósmico, etc. y los riesgos por acciones humanas. Aquí aparece el calentamiento global, desastres ambientales, superpoblación, y el conjunto de inteligencia artificial, biotecnología, nanotecnología, tecnología experimental, etc.

 

Nick Bostrom, uno de los principales pensadores sobre la IA, dice que, si no vamos con cuidado, la tecnología puede ser una amenaza mayor que el cambio climático. Casi nadie niega las increíbles posibilidades que nos depara.  No podemos imaginar un futuro sin ella. Será un futuro diferente, porque su evolución creará una sociedad distinta a la actual. Es muy difícil saber como será, porque no tenemos ni idea por dónde se desarrollará.  Podemos intuir, por ejemplo, que cambiará el cuidado de nuestra salud, que pasará de ser reactiva (“tienes cáncer”) a ser anticipatoria (“detectamos cambios genéticos que pueden derivar en un cáncer”). La esperanza de vida se alargará. Nuestra ficha sanitaria sabrá no solo cómo estamos, sino cómo vamos a estar. Si esos datos se utilizan mal, se eliminará la privacidad y nos dejará en manos de empresas y corporaciones con aviesas intenciones.

 

Leo un articulo que escribió un robot en el diario británico The Guardian, para llevar la tranquilidad a los humanos. Se nutrió de miles de millones de páginas web, libros y parámetros con el objetivo de convencernos que los robots son pacíficos y no tenemos nada que temer de la IA. Muy convincente. Seguramente, dentro de poco tiempo, seré sustituido por un robot y ustedes notarán una mayor calidad y profundidad. El ámbito laboral se modificará drásticamente y los cambios de profesión, no de empresa, serán normales, en un mundo donde la capacidad de aprender y la inteligencia emocional serán claves.

 

Yuval Harari ya nos avisó de que el ser humano es un sistema hackeable. Gracias a la IA y a la creciente capacidad de computación, el big data, con sus metadatos sobre los datos, ya se dispone de un montón de información sobre cada uno de nosotros. Jamás en la historia de la humanidad se había recogido tanta información, no solo de lo que hacemos sino de lo que sentimos y queremos. Lo saben todo sobre nosotros, saben cómo pensamos, pueden anticipar nuestras decisiones y manipular nuestros deseos.

 

El documental de Netflix se centra en cómo las redes sociales están modificando y manipulándonos, en base a la enorme y sofisticada información que les hemos facilitado. El negocio está en la monetización de esa información para las compañías que ofrecen productos y servicios ajustados a nuestros deseos. ¿Solo es una estrategia de marketing? Los algoritmos detectan nuestros estados de ánimo y son capaces de ofrecernos las informaciones, verdaderas o falsas, que pueden afectar a nuestras decisiones de compra, de intención de voto o de elección de pareja. Pueden inocular sesgos cognitivos, favorecer el racismo, la sostenibilidad o la xenofobia, generar desinformación o polarización de la sociedad.   El poder de las redes sociales es enorme, con una ética discutible y un control político muy bajo. El nivel de conciencia de los ciudadanos de a pie es casi nulo. Continuamos dándole al “me gusta” a mansalva, aceptando cookies y facilitando información.

 

Necesitamos tomar conciencia de la situación y exigir que se ponga coto a las redes sociales, desde el punto de vista ético, legal, social y económico. Se necesitaría un debate multidisciplinar que protegernos y evitar que se continúe pervirtiendo el uso de la IA, clave para el futuro de la humanidad. La solución a muchos de lo problemas que tenemos pasará por ella.

 

En mayo de este año, la OCDE aprobó una serie de principios para que la IA beneficie a las personas y al planeta al impulsar el crecimiento inclusivo, el desarrollo sostenible y el bienestar. Iniciativas no faltan, pero no acaban de convertirse en acciones.

 

Mientras tanto, aceptando que ya dudo de mi libre albedrío y que la sensación de ser dueño de mis decisiones tiene mucho de fantasía, me encantaría poder hablar con mi algoritmo. Me conoce mejor que yo, sabe cosas sobre mi que desconozco, puede anticiparme cosas que me encantaría saber (otras no) y me ayudaría a construir un relato mas cercano a la realidad sobre mi. Es una información que me pertenece. Pero no se a quién dirigirme. Y, mientras tanto, continuo activo en las redes sociales.

¡Quiero hablar con mi algoritmo!