viernes. 29.03.2024

Maldita normalidad

Algo interesante que tiene esta caótica situación es que te hace pensar en lo que hemos perdido, en lo que hemos ganado y en lo que vamos a ganar. Sin obviar la tragedia de los que nos han dejado y no lo deberían haber hecho, hay un montón de avisos que esta crisis nos envía y que, dentro de un tiempo, vamos a agradecer.

 

Me refiero a la normalidad perdida. ¿De verdad éramos conscientes de a dónde nos dirigíamos con esa “normalidad”? Tuvimos delante nuestro muchas alarmas, que nos indicaban que íbamos en una dirección incorrecta ¿Recuerdan el documental “Una verdad incómoda” de Al Gore? Es del 2006. Hace casi 15 años ¿Ha sido suficiente lo que se ha hecho? Claramente no. Continuamos desarrollando el modelo de sociedad a costa del medio ambiente, hemos de cambiar nuestra relación con la naturaleza y pensar que está a nuestro servicio.

 

Esa “normalidad” nos ha llevado a un tipo de vida que no nos permitía oír ni las alarmas ni ver las emergencias. La alarma es un aviso que te indica un peligro. La emergencia es una situación luctuosa que necesita de una intervención inmediata sino quieres que se convierta en tragedia. Ni la una ni la otra. Esto va peor que hace 15 años.

 

Estamos asistiendo a la mayor extinción de los últimos 60 millones de años, que fue cuando se extinguieron los dinosaurios por causa de un meteorito que acabó con más de la mitad de las especies del planeta. Fue por una causa ajena a la naturaleza. A día de hoy lo que esta ocurriendo es debido a nuestra interacción con la naturaleza. Estamos en el antropoceno, donde somos responsables de esta conducta suicida que puede acabar con la especie humana. Y la mayoría ni se inmuta.

 

No es verdad de que “cuando la economía va bien, el planeta va mal”. No, la realidad es que “cuando la economía va bien en una parte del primer mundo, el planeta va mal”. No es que toda la humanidad se “beneficie” del expolio y viva con toda comodidad hasta su muerte anunciada. Ni eso. Las desigualdades se han incrementado. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU retroceden mas que avanzan. Hay unos pocos concienciados que toman acción e intentan hacer algo. Pero continuamos mirándonos el ombligo y no viendo mas allá de nuestras narices.

 

El desencuentro con la naturaleza es patente. En vez de tratarla con el respeto que se merece porque es la nos permite estar vivos, la hemos puesto a nuestro servicio y nos extasiamos por la riqueza que le pueden extraer unos pocos, como la fábula de Esopo, de “La gallina de los huevos de oro”. Pura codicia.

 

El ecologista británico Paul Kingsnorth es más drástico y habla del “ecocidio” como la prueba de que estábamos equivocados y vamos derechos al apocalipsis. En el 2007 abandonó su lucha cuando comprobó que la ecología había sido absorbida por el capitalismo: “El cambio climático está en marcha, la extinción de las especies avanza inexorablemente y nosotros no deseamos ponerle freno”. El concepto de sostenibilidad lo ha pervertido el sistema industrial y el consumismo.

 

“El debate de cómo deberíamos vivir en armonía con la naturaleza, que es una pregunta social, cultural y espiritual, se ha reducido a la pregunta de cómo podemos reducir nuestras emisiones”, apunta Kingsnorth. Nosotros desapareceremos, pero la tierra prevalecerá y la naturaleza volverá a florecer. Menudo panorama.

 

Se me ocurre que, si eso es así, se podría hacer un último intento de volver a conectarse con la naturaleza. No se puede amar lo que no se conoce y el amor surge de la convivencia. Aprender a mirarla con otros ojos para volver a enamorarse de ella.

 

Rousseau pensaba, en siglo XVIII, que el hombre es bueno por naturaleza, pero que actúa mal forzado por la sociedad que le corrompe. Da mas importancia al sentimiento natural que a la razón ilustrada. En esa época no había una sobrepoblación ni revolución industrial. No hemos sabido mantener una relación equilibrada con la naturaleza. Harari, en “De animales a dioses” nos dice que nunca debimos de salir del paleolítico. En fin, señales por todos lados.

 

Disculpen ustedes mi pesimismo. Me he puesto a pensar lo que le dirán, en un futuro no muy lejano, nuestros descendientes y me ha salido esto. Ya sé que estamos en navidad y que el articulo debería estar lleno de valores positivos. Pero no, me da rabia perder la oportunidad de intentar esa nueva normalidad más armoniosa y solidaria, reconectándonos con la naturaleza y actuando en consecuencia. Ojalá esté equivocado. Felices fiestas reflexivas y confinadas. Nos vemos en el 2021. Será un año de oportunidades.

Maldita normalidad