martes. 30.04.2024

Técnicos en InVestigación Aeroterráquea

De tanto en tanto, con menor frecuencia de lo que le gustaría a un servidor y mayor de lo que le gustaría a Tomeu, director de Economía de Mallorca, me siento ante el pc y les suelto el rollo acerca de lo buenos que somos los detectives privados y lo poco que se nos quiere. A veces la cosa se pone interesante y va de cuernos o tópicos similares y a veces de tostones jurídicos gracias a los cuales, no me lo niegue, se regala usted con una buena siesta.

Y sí, no se lo voy a negar. En cualquier reunión de amigos, vecinos, etc… cuando alguien se entera de que uno es detective privado, sentimos que nos miran con el rabillo del ojo, ansiosos por ver donde tenemos escondida la pipa, la lupa, la gabardina, la amante y la botella de whisky.

Lo que interesa, no es la legalidad, la norma: es la anécdota, el estereotipo del género negro. Y admito que carezco de todo lo anterior, a excepción de la botella de whisky que se oculta en mi despacho y con la que celebramos los éxitos cuando los servicios salen bien o ahogamos las penas cuando salen mal.

Pues sí, lo cierto es que el tópico importa, y mucho. Muchos detectives, y desde luego servidor el primero llegó a esta fabulosa profesión interesado por los tópicos que había visto en series y películas que hoy en día. Es imposible reunir en una mesa a más de dos detectives y que la conversación no salpique nombres como Pepe Carvalho, Germán Areta,  Philip Marlowe, mi añorado Mike Hammer… todos ellos formaron un imaginario en el que hace ya muchos años un joven veinteañero se sumergía en mil aventuras de las cuales no tenía la menor idea de que iba a formar parte unos años después. 

Años antes, finales de los setenta principios de los ochenta, ese jovencito adolescente se sumergía igualmente en fantasías que le transportaban a una y otra aventura.

El imaginario en que sucedían esas aventuras era diferente: la sede de la TIA, cuyos accesos se encontraban siempre ocultos en un árbol, un cubo de basura o una alcantarilla a los que Mortadelo accedía mediante un disfraz y en los que Filemón acababa habitualmente magullado y persiguiendo al primero ante la atónita mirada del Superintendente Vicente, quien gritando tanto como pudiera obligaba a los dos agentes especiales a probar el último invento del profesor Bacterio en una nueva misión suicida.

Ofelia, mientras tanto, seducía primero a Mortadelo y después le perseguía con un rodillo de cocina, normalmente tras una nueva afrenta del primero. Todo ello ante la estupefacción del botones Sacarino, quien no sabe si mirar la surrealista escena o a aquel señor calvo, bajito y con problemas de visión quien le pregunta a su fregona como llegar a la dirección de “13, Rue del Percebe”.  No hace falta que lo diga, ¿verdad?   Sí, este sábado, nos dejó Ibáñez.

Su firma, acompañada siempre de un asterisco, era señal de sentimientos encontrados. Se había acabado la historieta (la palabra cómic no se utilizaba en los 70´s), pero siempre se podía volver a empezar. Y recuerdo tardes interminables en las que los diferentes personajes creados por D. Francisco se sucedían, alternaban y a pesar de que ya hubiera leído la historieta mil veces, siempre había algo que descubrir en cada viñeta, desde un gato astronauta a dos gorriones boxeando. Detalles imprevisibles, fascinantes, delirantes con los que D. Francisco alimentaba nuestra imaginación.

En aquel momento, aquel jovencito que fantaseaba con las surrealistas historietas creadas por D. Francisco nunca hubiera pensado que 40 años después se encontraría en una situación similar a la del Superintendente Vicente. Detectives Garbo o la TIA, que más da. También tenemos nuestro Filemón, nuestro Mortadelo, nuestra Ofelia, Bacterio….

Sí, la realidad de la profesión es más pragmática, como decía al principio, pero de tanto en tanto me gusta levantar la mirada del escritorio y observar a mis compañeros de despacho, en silencio. Y entonces, la imaginación de aquel jovencito hace de las suyas y veo a los personajes de Ibáñez recorrer mi despacho, cada uno con su propia historia. Y entonces, me acuerdo de D. Francisco, y le agradezco que llenara de felicidad varias generaciones. Allá donde esté, D. Francisco, mi (nuestro) eterno agradecimiento.

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