El cine de animación no es (solo) cosa de niños. Muy a menudo, casi siempre, los directores juegan en dos líneas paralelas muy cercanas, donde niños y adultos puedan sentirse cómodos. De entre esas películas con más de un mensaje, a mi personalmente me gusta la del ratón cocinero.
Lo cierto es que el lema del chef Gusteau, alma mater de la película Ratatouille, es toda una declaración de intenciones; “Cualquiera puede cocinar”. Cualquiera. Sin importar su procedencia, su preparación, su pasado, su familia, su padrino, sus estudios o su paladar. Sin importar lo más mínimo lo que haya hecho “antes de”, la preparación que tenga o las horas que haya destinado delante de unos fogones.
Realmente, cualquiera puede ponerse al frente de una cocina si, en mi modesta opinión y como cantaban aquellos borrachos del tres al cuarto, “¡el resultado nos da igual!”.
Cualquiera que tiene por objetivo ponerse profesionalmente delante de unos fogones intenta formarse en la materia o bien en alguna rama específica, ya sea en escuelas de cocina italiana, japonesa, repostería o nouvelle cuisine (o al menos, si uno tiene realmente interés, empieza fregando los platos en una cocina de hotel y mirando de reojo cómo se hace el caldo de pescado). Pero lo que seguro que no pasa es que un filólogo o un abogado se pongan a los mandos de un Estrella Michelín sin previa preparación.
Volviendo al film en cuestión, cuentan que el lema al que hacía referencia al empezar este escrito, iba más en la línea de que no cualquiera puede ser un gran artista sino que los grandes artistas pueden proceder de cualquier lugar (si es que ¡quién no se auto-convence es porque no quiere!).
Aún así, tras la defensa inicial y hablando en clave balear, creo que éste, nuestro Parlament, se ha llenado de cocinerillos del tres al cuarto. Aprendices incapaces de hacer ni un miserable huevo frito. Chefs de bares mala muerte candidatos a ser visitados por Chicote y su programa de Pesadilla en la cocina.
Para un restaurante, el jefe de cocina, es una pieza fundamental. La piedra angular de la que depende la viabilidad del mismo. De hecho, y ustedes lo habrán vivido en sus pieles igual que yo, si en un restaurante les sirven una croqueta con el interior congelado, un pan de antes de ayer o una carne chiclosa que no todas las dentaduras pueden permitirse, pocas veces lo van a recomendar y posiblemente, no vuelvan jamás.
Pues entonces, ya lo saben. Al pan, pan y al vino, vino. Y en las próximas elecciones… ¡camino!