martes. 23.04.2024

Pobres con trabajo

Hace cosa de un mes leí en la revista “Time” que, cada mes, varios millones (sí, millones) de jóvenes de entre veinte y treinta años aproximadamente están dejando su trabajo. Lo llamativo del tema es que no lo dejan porque tengan un empleo mejor, sino que simplemente lo dejan y no vuelven.

 

La revista reproduce distintas historias personales. Desde la experiencia de una joven que dejó lo que llamaríamos “un buen trabajo” para irse a vivir a Roma a otras de personas sin recursos que han -literalmente dice la publicación- trazado una raya en la arena.

 

“Time” apunta a la pandemia como punto de partida de esta situación y luego analiza sus causas: la insatisfacción personal pura o la -mayoritaria- insatisfacción con las condiciones laborales. Insatisfacción con las condiciones laborales que podemos resumir en mal ambiente y/o salarios muy bajos.

 

Lo cierto es que el tema me impactó y llevo tiempo dándole vueltas al artículo en cuestión. Nada especial, pues ha tenido mucha repercusión internacional.

 

Y la conclusión a la que llego es que la frase que sirve de título a este artículo es (cada vez más) cierta y por eso mismo se ha extendido tanto la expresión entre todos nosotros: “pobres con trabajo”.

 

Tengo poco más de cincuenta años y la memoria me da para recordar que, en tiempos mozos, resultaba inimaginable que una persona pudiera tener trabajo y ser pobre al mismo tiempo. Al menos en condiciones normales.

 

Por supuesto, había personas con alguna desdicha o que malgastaban su salario y luego pasaba lo que pasaba. Pero, por definición, una persona con un salario y sin excesivos problemas o vicios personales podía -como poco- desarrollarse con dignidad si entendemos dignidad como tener una vivienda, alcanzar fin de mes con algo en la despensa, vestir mínimamente y pagar las letras de su utilitario.

 

Y eso que el país como idea colectiva estaba peor que ahora.

 

Hoy, sin embargo, las expresiones “tener trabajo” y “ser pobre” caben perfectamente en la misma frase. ¿Razones? Conceptualmente, no sé si las hay más por arriba o por abajo, pero me temo que por ambos lados. Me explico:

 

Por arriba, creo que el precio de (por orden de importancia) la vivienda, los alimentos y vestido ha experimentado una subida enorme. Hoy en día, todo y todos estamos enfocados al sector del lujo, único que se ha mantenido pese a pandemias, crisis de ladrillo y otras palabras malsonantes.

 

Por abajo, creo igualmente que el importe de los salarios (sobre todo de aquellos que retribuyen trabajos que apenas requieren formación) se ha dado un importante batacazo si se pone en relación con lo anterior.

 

De aquí extraigo algunas conclusiones:

1.- El sistema capitalista se está poniendo en riesgo a sí mismo, puesto que está estirando la cuerda más allá de lo que quizá los propios analistas del capitalismo le recomendarían si éste tuviera capacidad de escuchar.

 

2.- Muchos empresarios bienintencionados tampoco pueden pagar mucho más, puesto que el margen de su negocio se ha visto enormemente reducido a causa de la globalización, la compra por internet, los fondos de inversión y en general lo que podríamos denominar “la competencia de las grandes corporaciones”.

 

3.- Esta situación redunda en una evidente falta de justicia social que, a su vez, supone una inseguridad cada vez mayor. Y un mundo injusto es un mundo inseguro.

 

4.- Para asegurarme de que este artículo no deje a nadie satisfecho, diré también que los sindicatos y organizaciones de trabajadores -en líneas generales y con alguna honrosa excepción- apenas se ocupan de aquellas actividades en las que los salarios y condiciones laborales son más precarios. La mayor parte de su actividad se limita a aquellos sectores en mejor condición, es decir, a aquellos sectores que precisamente menos los necesitan.

En realidad, pareciera que casi han dejado la labor en esos sectores para las ONGs.

 

5.- Finalmente, el hecho de principio: resulta evidente que se está generando una bolsa creciente de personas insatisfechas. Y sabemos que, históricamente, esta bolsa de insatisfacción tiende a una polarización de posiciones que dificulta cualquier diálogo o capacidad de escuchar o al menos tolerar al que tenemos delante. Y por experiencia sabemos que estas situaciones, además de afectar a la cohesión social, no suelen acabar bien.

 

En fin, esperemos que me equivoque.

Pobres con trabajo
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